martes, 18 de noviembre de 2008

La Universidad española, la peor de 17 países avanzados

extraido de:
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Universidad/espanola/peor/paises/avanzados/elpepisoc/20081118elpepisoc_2/Tes

RICARDO MARTÍNEZ DE RITUERTO - Bruselas - 18/11/2008

Que la universidad española no resiste una mínima comparación seria con las de su entorno es de sobra conocido y cada nuevo análisis que aparece confirma el desastre de la educación superior en España. En el que hoy va a hacer público el Lisbon Council, un centro de estudios sobre asuntos europeos de Bruselas, España ocupa el último lugar en un ránking sobre la calidad de los sistemas educativos superiores en 15 países de Europa más Estados Unidos y Australia.

El trabajo, preparado por tres expertos del Lisbon Council, emplea una metodología innovadora y probablemente necesitada de ajustes que tabula seis criterios prácticos. Entre ellos, la inclusividad -el número de titulados que un país produce con respecto a la población en edad de estudiar), efectividad -la capacidad de producir titulados con capacidades adaptadas a las necesidades del mercado de trabajo del país- o respuesta -la capacidad del sistema de reformarse y cambiar para adaptarse-. Son criterios que rompen con criterios más objetivos de excelencia como los del ranking de la universidad de Shanghai, que contabiliza premios Nobel entre su profesorado y ex alumnos o el número de citas en revistas científicas.

Pero el resultado final es igual de tenebroso y de alarmante ante un mundo globalizado en el que la calidad del capital humano es el principal y más determinante factor del éxito económico de un país. La resultante de todos los elementos tabulados coloca a España a la cola de un grupo que encabezan Australia, Reino Unido y Dinamarca. De nuestros vecinos, Portugal ocupa el octavo puesto y Francia, el décimo.

Divorcio del mercado

Los autores subrayan que España ocupa lugares mediocres como el undécimo en ' inclusividad' (el porcentaje de problación en edad estudiantil que acude a la universidad, con el 33%) o el séptimo en ' educación para àdultos' (un 3,6% de estudiantes de entre 30 y 39 años) y subrayan como particularmente desalentador el puesto 16 en ' efectividad' , que mide el reflejo salarial en el mercado de trabajo de la titulación superior. España tiene que "trabajar para restaurar el equilibrio entre las materias enseñadas en la universidad y el mercado laboral".

"Si quiere mejorar, España debe hacer más para modernizar su sistema educativo y acercarlo a los estándares europeos (a lo que ayudaría avanzar en los criterios de Bolonia)", se lee en el documento. Además del farolillo rojo global, el sistema universitario español ocupa el último lugar en 'respuesta' , medida como la capacidad de cumplir los compromisos adquiridos en 1999 en Bolonia para hacer realidad la titulación superior homologable a escala europea en 2010, lo que suponía ofrecer nuevos programas de estudios a partir de 2006.

Con esos antecedentes y deficiencias es lógico que sólo un 2% de universitarios extranjeros acudan a realizar sus estudios en España, por más que sea repetidamente el país favorito de los veinteañeros de la UE que elijen un país para pasar con el programa Erasmus uno de los que quedarán como de los mejores años de su vida.

La cultura de la crisis

extraido de

http://www.elpais.com/articulo/opinion/cultura/crisis/elpepiopi/20081115elpepiopi_11/Tes

JOSEP RAMONEDA

Hemos llegado aquí porque la globalización abolió los límites éticos y culturales. El mismo Estados Unidos proclamó que todo le estaba permitido, legalizó la tortura y dio barra libre a la insaciable quimera del oro

JOSEP RAMONEDA 15/11/2008

1 Decía Fernand Braudel que el capitalismo, "privilegio de unos pocos", "es impensable sin la complicidad de la sociedad". Y añadía: "De algún modo la sociedad entera debe aceptar sus valores". Si la actual crisis tiene algo de quiebra moral de las élites capitalistas es porque han llevado los valores del capitalismo a unos límites en que es casi imposible que sean aceptados. La historia viene de lejos. Empieza en la transición liberal que abrieron las revoluciones del 68. Aquel momento fue el inicio del proceso de desmontaje de unos sistemas sociales muy comunitaristas, montados sobre un orden rígido y unas sociedades jerarquizadas, con fuerte carga ideológica, en que cada ciudadano tenía un puesto asignado casi de por vida. La crisis actual es, en cierto modo, el estallido final de un proceso de individualización que acabó por quebrar las bases del mínimo consenso social necesario. La revolución conservadora promovida desde la Administración Bush fue el último intento de controlar este proceso. La explosiva mezcla de simplismo liberal en lo económico y rigidez conservadora en lo moral y cultural sólo sirvió para acelerar el estallido.

Domina el lenguaje del 'management'. Ahora todo se gestiona: parejas, hijos, amores, odios...

El discurso del liderazgo es la justificación de los elevados ingresos de los altos ejecutivos

En el mundo soviético, la transición liberal empezó a finales de los ochenta, con la caída del muro de Berlín. Una sociedad civil arrasada por el totalitarismo fue pasto de la delincuencia económica y de las ideologías de lo identitario, ya fuera religioso o étnico. La globalización juntó los dos procesos que ahora viven una crisis que debería cambiar profundamente las pautas socioculturales.

2. La actual crisis económica es la primera en el marco de la globalización. Nuevo marco, nueva cultura. El proyecto moderno se deshizo en la fragmentación posmoderna. Fue una reacción al agotamiento de los grandes relatos que habían armado la modernidad, que condujo inevitablemente al relativismo y a la pérdida de jerarquía. El horizonte emancipatorio desapareció paulatinamente de la cultura. El futuro se desdibujó y el pasado se puso al servicio de la diversidad cultural, como fundamento de las apuestas endogámicas de corte étnico que crecieron bajo el amparo del discurso multiculturalista. La cultura fue a menudo factor de segregación y de separación. Empujados por la globalización entramos en la era del presente continuo. Las nuevas tecnologías han provocado una contracción del espacio -el mundo es más pequeño- y una aceleración del tiempo. El dinero, las mercancías y las ideas van de una punta a otra del planeta con rapidez y a bajo coste. Probablemente sin Internet esta crisis no sería la misma. El dinero se ha convertido en un mensaje en e-mail.

3. Los discursos sobre la insostenibilidad del planeta y sobre el calentamiento global, con no poca parafernalia ideológica de acompañamiento, han contribuido a dibujar un horizonte sórdido y oscuro. En este mundo sin futuro impera el principio del rendimiento rápido. No hay proyecto, sólo resultado. Es el principio cultural de las empresas de capital riesgo, dispuestas a sacar todo el jugo posible de un negocio en el menor tiempo aun a riesgo de agotarlo para siempre. Pero también es el principio cultural del consumismo, en que la pulsión por comprar no se detiene nunca: el deseo de un nuevo producto impide el goce del producto recién conseguido, dentro de una serie interminable de frustraciones. Y es el principio cultural que rige las conductas de empresarios y gobernantes, bajo el signo de la competitividad. Siempre más: la insaciabilidad como modo de estar en el mundo.

4. En este contexto, el principio moral que rige es que "todo es posible". La idea de límite ha desaparecido del horizonte mental de los que hoy tienen más capacidad normativa: la gente del dinero, empresarios, ejecutivos y financieros. Pero todo sistema tiene un límite. El capitalismo financiero también. Y cuando se rebasa el límite, saltan los fusibles, y si se tarda en reponerlos empieza un proceso de autodestrucción. Todo sistema tiene su punto catastrófico. A este punto hemos llegado, por la incapacidad de entender que no todo es posible. Por supuesto hay cierto discurso naturalista que tratará de convencernos de que alcanzar la catástrofe es inevitable. Y que el mundo funciona por el sistema de ciclos de destrucción y construcción. Los que proclaman las virtudes de las sociedades meritocráticas, aunque a menudo confundan la habilidad para moverse en las fronteras de lo ilegal con el mérito; los que denuncian permanentemente la incompetencia de los que trabajan, bajo el eufemismo de la competitividad; los que ven por todas partes intromisiones de la política, hasta que la necesitan y apelan a su ayuda; éstos nunca se sienten concernidos por responsabilidad alguna. Cuando las cosas van mal, el problema es sistémico, como si de una catástrofe natural se tratara.

5. Lo diré con una expresión del filósofo francés Bernard Stiegler: estamos ante la prueba de "la modernización sin modernidad". Podría parecer que esta expresión está dedicada a China. También Occidente ha abandonado, a su manera, los presupuestos de la modernidad. La época del capitalismo financiero es una modernización sin los límites de la cultura moderna: la dignidad del ciudadano y la primacía de cierto interés general. Marx se quedó corto: la potencia revolucionaria de la burguesía está acabando con todo, incluso con la propia cultura burguesa. La mercantilización general de la sociedad -en que todo, desde los sentimientos y las pasiones hasta las mercancías es susceptible de ser producido y vendido- ha acabado con el proyecto moderno.

La revolución conservadora americana, en sus dos fases: la reaganiana y la bushiana han configurado una cultura en que las sociedades no existen, sólo existen los individuos (fase thatcheriana-reaganiana), y las libertades y los derechos son sustituidos por la creencia, por los mitos nacionales y por la seguridad convertida en supremo horizonte ideológico (fase bushiana). La lucha a muerte por el mercado de las almas, en un mundo globalizado en que las religiones clásicas han perdido los monopolios territoriales y el dinero es la medida de todas las cosas, es una de las grandes novedades de la globalización. La cultura de la crisis es la del individualismo salvaje, en que la competencia a muerte es la única regla, con la religión como consuelo y el miedo como instrumento paralizador. La política y la libertad han sido despedidas, camino del totalitarismo de la indiferencia.

6. La capacidad normativa que el poder económico ejerce se constata con la universalización del lenguaje del management. De un tiempo a esta parte, todo se gestiona: se gestionan las personas, se gestionan las parejas, se gestionan los hijos, se gestionan los conflictos personales, se gestionan los amores y los odios. Es decir, todo es simplificable y todo es manipulable. La negación de la complejidad de la economía del deseo conduce a convertir cada acción humana en algo cuantificable en términos monetarios. El hombre "como empresario de su propia vida", como dice Michela Marzano. Las librerías están llenas de manuales que a partir de los criterios de gestión económica pretenden enseñarnos a gobernar nuestras vidas.

El héroe de este momento es el líder. El discurso del liderazgo ocupa a las escuelas de negocios y a los ideólogos de la competitividad y del mercado. El líder es el que está más capacitado para sacar rendimiento de las personas en beneficio propio. Su riesgo casi siempre es limitado: no juega con recursos propios sino con recursos de los demás. Y acostumbra a estar protegido por la red de los bonos y las indemnizaciones. El discurso del liderazgo es la pseudoideología necesaria para justificar la disparatada cotización de los altos ejecutivos.

7. Pero, como he dicho antes, la esencia de la cultura de la crisis es la desaparición de la idea de límites. En agosto de 2002, el Gobierno de Estados Unidos dio el visto bueno a un memorándum que legitimaba determinadas formas de tortura. Es decir, rompía el tabú de la degradación del adversario. Bajo el mandato de George Bush la Administración norteamericana dio carta de naturaleza legal a la tortura. Es decir, transmitió al mundo la idea de que todo estaba permitido. Si un Gobierno puede someter a un enemigo a la más terrible de las pruebas físicas y morales, ¿cuáles son los límites de lo posible en la sociedad? Ninguno. Hay vía libre para saltarse todas las barreras éticas y culturales. ¿Qué tiene de extraño, en estas circunstancias, que los que viven la quimera insaciable del oro entiendan que todo está permitido y que no hay reglas ni principios ante la tentación del dinero?

jueves, 13 de noviembre de 2008

Resumen de Lecturas

Lectura N-1
Gino Longo: “Características del conocimiento científico”, en Manual de economía política. Comunicación. Roberto Carballo: Nota crítica a la lectura N-1

¿Qué es la ciencia?

J. Schumpeter, máxima autoridad de la ciencia económica no marxista nos ofrece la siguiente definición de la ciencia- “Es cualquier tipo de conocimiento que haya sido objeto de esfuerzos conscientes para perfeccionarlo. Estos esfuerzos producen hábitos mentales -métodos o técnicas- y un dominio de los hechos descubiertos por esas técnicas”. Este gran economista tiende a refugiarse en el puro empirismo, situándose para los restantes aspectos en posiciones dualísticas de tipo neokantiano. Podremos hacer uso de su pensamiento siempre y cuando nos mantengamos en un terreno estrictamente empírico, tratemos de determinar los fenómenos tal y como aparecen externamente, pero nunca en otros aspectos.

Nos podemos quedar satisfechos con su definición de la ciencia, pero debemos precisar lo que entendemos exactamente por conocimiento. G.Longo afirma que la finalidad del conocimiento y de la investigación científica, consiste en descubrir las normas o leyes del universo empírico que rodea al hombre, de la realidad objetiva en la que éste se halla inmerso. Este conocimiento consta de tres aspectos fundamentales.

1.) El conocimiento científico debe proporcionar una descripción de esta realidad, y al mismo tiempo debe explicarla. “Una auténtica descripción de una cosa... es al propio tiempo su explicación” (F.Engels, El problema de la vivienda). Pueden existir muchísimas definiciones de ciencia, tantas como aspectos o propiedades de un objeto. Pero por otro lado, como dice Hegel, tiene por finalidad mostrar la necesidad de los objetos y no dar una simple descripción de los mismos. Debe reconstruir idealmente el esquema de desarrollo de la realidad en el que cualquier objeto aislado halle su lugar y su explicación.

2.) La segunda característica es el hecho de que el conocimiento científico no puede conformarse con una explicación cualquiera de la realidad. Para que exista un verdadero conocimiento científico, la realidad objetiva tiene que ser explicada a partir de ella misma, sin introducir momentos, elementos o explicaciones que no pertenezcan a tal realidad. Más que explicar la naturaleza, la Humanidad tiene la obligación de conocerla, según Hegel. La ciencia más que explicar el mundo debe comprenderlo. Esto hace que la historia del conocimiento científico sea en realidad la historia de cómo la Humanidad se ha explicado el mundo real:
- primero atribuyendo a los fenómenos causas y relaciones fantásticas.
- después a hipotetizar causas causas y relaciones reales.
- para por último conocer las relaciones que se establecen objetivamente entre los fenómenos de la realidad.

El principio por el cual la realidad ha de explicarse partiendo de ella misma es común a todas las ciencias, y es la característica que la distingue de lo que no lo es: creencias, ideología, etc. El desarrollo coherente de este principio, su aplicación sin excepción a todos los fenómenos de la realidad conduce directamente al materialismo filosófico. “Concebir materialistamente la naturaleza no es sino concebirla pura y simplemente tal y como se nos presenta, sin aditamentos extraños”, como dice Engels. “Desde el punto de vista gnoseológico... el concepto de materia sólo puede tener un significado: el de realidad objetiva que existe con independencia de la conciencia humana y que se refleja en ésta” (Lenin, Obras, volumen XIV).

Una filosofía coherentemente científica ha de ser materialista, y por tanto basarse en la necesidad de estudiar la realidad objetiva tal y como es, explicándola partiendo de ella misma. El marxismo cumple estas características, y por tanto constituye la primera concepción del mundo basada total y exclusivamente en la ciencia.
3.) El tercer aspecto fundamental del conocimiento científico es el hecho de que dicho conocimiento sea únicamente una parte de la actividad humana, solo uno de sus aspectos. Por eso el conocimiento nunca puede llegar a ser un fin en si mismo. El hombre busca conocer el mundo para poderlo modificar según sus necesidades y exigencias.
El fundamento más esencial y más próximo del pensamiento humano es la transformación de la naturaleza por el hombre. La inteligencia humana ha ido creciendo en la misma proporción en que el hombre iba aprendiendo a transformar la naturaleza. El pensamiento y la acción, el conocimiento y la praxis se condicionan mutuamente, están estrechamente ligados y son inseparables. Es una unión mediata a través del conocimiento, de la cognición.
Para que se desarrolle con existo, la praxis requiere de una buena cognición de la realidad, en la cual y sobre la cual el hombre se prepara para actuar. El conocimiento que conduce a la cognición, es premisa de la acción, mientras que la acción es el fin último del conocimiento. La actividad cognoscitiva ha de tratar de llegar a la cognición de lo real, cognición que será lo que permitirá la futura acción. La ciencia nunca tendrá por objetivo la praxis, pues su meta es la búsqueda de la verdad de las cosas, entendiendo por verdad la correspondencia de nuestras concepciones a la realidad.
Para valorar los resultados obtenidos mediante la actividad cognoscitiva (la ciencia), será siempre y únicamente la correspondencia de tale resultados a la verdad, a la realidad de hecho, y no a la mayor o menor utilidad de tales resultados.
Si conocemos la realidad, ante o después surgirán los instrumentos técnicos que nos permitirán modificarla. Entonces podemos describir esquemáticamente la relación entre ciencia y praxis de la forma siguiente:

actividad cognoscitiva →
cognición e interpretación de →
la realidad
praxis destinada a modificar tal realidad

Asimismo, entre conocimiento y acción existe otra diferencia importante desde el punto de vista metodológico. Para que la praxis tenga éxito, asimismo ha de ser una acción colectiva, coordinada entre más de un individuo, y la investigación, por el contrario, tiene un carácter individual. Se debe al hecho de que el hombre (animal eminentemente social) puede y debe coordinar su acción con la de sus semejantes, pero no puede coordinar su pensamiento con el de los demás.

Pero no debemos confundir los conceptos. La acción colectiva como el pensamiento individual son fenómenos sociales, no existen al margen de la sociedad humana por su carácter eminentemente social, y no se diferencia entre si por su finalidad o su contenido, sino por su forma de manifestarse. Como dice Marx, “El individuo es el ser social. Su esteriorización vital es así una exteriorización y afirmación de la vida social”. Incluso cuando una persona actúa por si misma actúa científicamente en una actividad que ella misma no lleva a cabo en comunidad inmediata con otros, también es social, porque actúa en cuanto persona. No solo el material de dicha actividad se le es dado como producto social, sino que su propia existencia es actividad social, porque lo que se hace se hace para la sociedad y con conciencia de ser un ente social.

De lo dicho anteriormente, se desprende que las modalidades de desarrollo de la acción no coinciden con las del pensamiento. No nos podemos dedicar a un mismo tiempo a estos dos distintos aspectos de la actividad humana. Una persona, en un momento determinado, podrá ser un hombre de ciencia o un hombre de acción, pero nunca ambas cosas al tiempo.

Si el hombre de ciencia quiere tener éxito en su investigación, nunca debe preocuparse por las consecuencias prácticas de la misma, en contra de lo que ocurre con el hombre de acción, y nunca deberán permitir que los prácticos obstaculicen su investigación ni le sustituyan en ella. Por otro lado, el hombre de ciencia nunca deberá indicar a los prácticos, a los hombres de acción, lo que deben hacer, sino únicamente lo que deberían tratar de hacer. Si no actúa de esa forma se limitará a ser un ideólogo (función practica pero que nada tiene que ver con la ciencia).

Para finalizar, citaremos a Alber Einstein que resume algo de lo anteriormente dicho:

“Con el método científico alcanzamos una comprensión conceptual de las relaciones reciprocas que existen entre los hechos. Alcanzar este conocimiento objetivo es una de las más altas cimas a que el hombre puede aspirar, y desde luego no soy uno de los que infravaloran los heroicos esfuerzos y el ardor que el espíritu humano ha puesto en este campo. Pero... es evidente que ningún camino puede llevarnos desde el conocimiento de lo que es al conocimiento de lo que debería ser” (Albert Einstein, Pensamientos).

Lectura N-3
Manuel Sacristán: “¿Qué es una concepción del mundo?”, en F.Engles: Antidüring. Grijaldo.

¿Qué es una concepción del mundo?

Una concepción del mundo es una serie de principios que dan razón de la conducta de un sujeto, aunque éste no se lo formule de forma explicita. Una buena parte de la consciencia de la vida cotidiana puede interpretarse en términos de principios o creencias muchas veces implícitas, “inconscientes” en el sujeto que obra o reacciona. Los principios o creencias inspiradores de la conducta cotidiana, están explícitos en la cultura de la sociedad en que vive. Esa cultura contiene por lo común un conjunto de afirmaciones acerca de la naturaleza del mundo físico y de la vida, así como un código de estimaciones de la conducta. La parte contemplativa o teórica de la concepción del mundo está íntimamente relacionada con la parte práctica, con el código o sistema de juicios de valor.

La existencia de una formulación explícita de la concepción del mundo en la cultura de una sociedad no permite saber cual es la concepción del mundo realmente activa en esa sociedad, pues el carácter de sobreestructura que tiene la concepción del mundo no consiste en ser un mecánico reflejo, ingenuo y directo, de la realidad social y natural vivida.

Para el estudio de las relaciones entre concepción del mundo y ciencia positiva basta con atender a los aspectos formales de ambas. Las concepciones del mundo suelen presentar (en culturas de tradición grecoromana) unas pautas muy concentradas y conscientes, en forma de creo religioso-moral o de sistema filosófico. Nacida en pugna con el credo religioso, la filosofía sistemática se vio arrebatar un campo temático tras otro por las ciencias positivas, y acabó por intentar salvar su sustantividad en un repertorio de supuestas verdades superiores a las de toda ciencia. En los casos más ambiciosos (Platón y Hegel) la filosofía sistemática presenta más o menos abiertamente la pretensión de dar de sí por razonamiento el contenido de las ciencias positivas. En este caso, la concepción del mundo quiere ser un saber, conocimiento real del mundo, con la misma positividad que el de la ciencia. Esta pretensión fracasa a mediados del siglo XIX, con la disgregación del sistema filosófico más ambicioso de la historia (el de Hegel). Son distintas las causas por las que fracasó. En el orden teoría del conocimiento, es a causa de la definitiva y consciente constitución del conocimiento científico positivo durante la Edad Moderna. Este conocimiento se caracteriza por su intersubjetividad (que todas las personas adecuadamente preparadas entienden su formulación del mismo modo) y por su capacidad de posibilitar previsiones exactas a costa de construir y manejar conceptos sumamente artificiales, máquinas mentales que no dicen nada a la imaginación. Las tesis de la vieja filosofía sistemática carecen de estos rasgos.

El que las concepciones del mundo carezcan de aquellos dos rasgos característicos del conocimiento positivo se debe a que la concepción del mundo contiene esencialmente afirmaciones sobre cuestiones no resolubles por los métodos decisorios del conocimiento positivo, que son la verificación o falsación empíricas y la argumentación analítica.

Estos rasgos nos permiten plantear la cuestión de las relaciones entre concepción del mundo y conocimiento científico-positivo. Una concepción del mundo que tome a la ciencia como único cuerpo de conocimiento real se encuentra visiblemente por delante (intentará construirse de acuerdo con la marcha y los resultados de la investigación positiva) y por detrás (como visión general de la realidad, la concepción del mundo inspira o motiva la investigación positiva misma) de la investigación positiva. Según el programa positivista, es importante darse cuenta de que cuando la ciencia se mece en la ilusión de no tener nada que ver con ninguna concepción del mundo, el científico corre el riesgo de someterse inconscientemente a la concepción del mundo vigente en su sociedad. También es importante mantener la distinción entre conocimiento positivo y concepción del mundo.

La concepción marxista del mundo

La “concepción materialista y dialéctica del mundo” está movida por la aspiración a terminar con la obnulación de la consciencia, con la presencia en la conducta humana de factores no reconocidos o idealizados. Por eso es una concepción del mundo explícita. La liberación de la consciencia presupone la liberación de la práctica, de las manos. La concepción marxista del mundo no puede considera sus elementos explícitos como un sistema de saber superior al positivo. El nuevo materialismo no es una filosofía, sino una nueva concepción del mundo, que tiene que sostenerse y actuarse no en una sustantiva ciencia de la ciencia, sino en las ciencias reales. Es una concepción de lo filosófico no como un sistema superior a la ciencia, sino como un nivel del pensamiento científico: el de la inspiración del propio investigar y de la reflexión sobre su marcha y sus resultados. No hay conocimiento “aparte”, por encima del positivo. Tampoco para el marxismo hay filosofía, sino filosofar. La concepción del mundo no puede querer más que explicar la motivación de la ciencia misma. Esta motivación puede llamarse “inmanentismo”: el principio de que la explicación de los fenómenos debe buscarse en otros fenómenos, en el mundo, y no en instancias ajenas o superiores al mundo. Este principio está en la base del hacer científico, el cual perdería todo sentido, quedaría reducido al absurdo, si en un momento dado tuviera que admitir la acción de causas no-naturales, destructoras de la red de relaciones (“leyes”) que la ciencia se esfuerza por ir descubriendo y construyendo para entender la realidad.

En este postulado de inmanentismo, se basa la concepción marxista del mundo. El otro es el principio de la dialéctica. Este se inspira no tanto en el hacer científico-positivo cuanto en las limitaciones del mismo.

La ciencia positiva realiza el principio del materialismo a través de una metodología analítico-reductiva. Su eliminación de factores irracionales en la explicación del mundo procede a través de una reducción analítica de las formaciones complejas y cualitativamente determinadas a factores menos complejos y más homogéneos cualitativamente, con tendencia a una reducción tan extrema que el aspecto cualitativo pierda toda relevancia.

El análisis reductivo practicado por la ciencia tiende incluso a obviar conceptos con contenido cualitativo, para limitarse en lo esencial al manejo de relaciones cuantitativas o al menos, materialmente vacías, formales. Éste análisis tiene regularmente éxito. Es un éxito descomponible en dos aspectos: por una parte, la reducción de fenómenos complejos a nociones más elementales, más homogéneas, y en caso ideal, desprovistas de connotaciones cualitativas, permite penetrar muy material y eficazmente en la realidad, porque posibilita el planteamiento de preguntas muy exactas. A largo plazo posibilita la formación de conceptos más adecuados, aunque sea simplemente por la destrucción de viejos conceptos inadecuados.

Precisamente porque se basan en un análisis reductivo que prescinde de la peculiaridad cualitativa de los fenómenos complejos analizados y reducidos, los conceptos de la ciencia en sentido estricto son invariablemente conceptos generales cuyo lugar está en enunciados no menos generales, “leyes” que informan acerca de clases enteras de objetos. Con ese conocimiento se pierde una parte de lo concreto, precisamente la parte decisiva para la individualización de los objetos.

Los “todos” concretos y complejos no aparecen en el universo del discurso de la ciencia positiva, aunque suministra todos los elementos de confianza para una comprensión racional de los mismos. Lo que no suministra es su totalidad, su consistencia concreta. El campo o ámbito de relevancia del pensamiento dialéctico es precisamente el de las totalidades concretas. Hegel lo ha expresado al decir que la verdad es el todo.

La concepción del mundo tiene por fuerza que dar de sí una determinada comprensión de las totalidades concretas. Pues la practica humana se enfrenta con la necesidad de tratar y entender las concreciones reales, aquello que la ciencia positiva no puede recoger. La tarea de una dialéctica materialista consiste en recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos que los materialistas del análisis reductivo, como resultado nuevo de la estructuración de éstos en la formación individual o concreta, en los “todos naturales”. El análisis marxista se propone entender la individual situación concreta sin postular más componentes de la misma que los resultantes de la abstracción y el análisis reductivo científicos. Ya puede quedar claro cual es el nivel del discurso en el que tiene realmente sentido hablar de análisis dialéctico: es al nivel de la comprensión de las concreciones o totalidades, no al del análisis reductivo de la ciencia positiva.