Lectura N-1
Gino Longo: “Características del conocimiento científico”, en Manual de economía política. Comunicación. Roberto Carballo: Nota crítica a la lectura N-1
¿Qué es la ciencia?
J. Schumpeter, máxima autoridad de la ciencia económica no marxista nos ofrece la siguiente definición de la ciencia- “Es cualquier tipo de conocimiento que haya sido objeto de esfuerzos conscientes para perfeccionarlo. Estos esfuerzos producen hábitos mentales -métodos o técnicas- y un dominio de los hechos descubiertos por esas técnicas”. Este gran economista tiende a refugiarse en el puro empirismo, situándose para los restantes aspectos en posiciones dualísticas de tipo neokantiano. Podremos hacer uso de su pensamiento siempre y cuando nos mantengamos en un terreno estrictamente empírico, tratemos de determinar los fenómenos tal y como aparecen externamente, pero nunca en otros aspectos.
Nos podemos quedar satisfechos con su definición de la ciencia, pero debemos precisar lo que entendemos exactamente por conocimiento. G.Longo afirma que la finalidad del conocimiento y de la investigación científica, consiste en descubrir las normas o leyes del universo empírico que rodea al hombre, de la realidad objetiva en la que éste se halla inmerso. Este conocimiento consta de tres aspectos fundamentales.
1.) El conocimiento científico debe proporcionar una descripción de esta realidad, y al mismo tiempo debe explicarla. “Una auténtica descripción de una cosa... es al propio tiempo su explicación” (F.Engels, El problema de la vivienda). Pueden existir muchísimas definiciones de ciencia, tantas como aspectos o propiedades de un objeto. Pero por otro lado, como dice Hegel, tiene por finalidad mostrar la necesidad de los objetos y no dar una simple descripción de los mismos. Debe reconstruir idealmente el esquema de desarrollo de la realidad en el que cualquier objeto aislado halle su lugar y su explicación.
2.) La segunda característica es el hecho de que el conocimiento científico no puede conformarse con una explicación cualquiera de la realidad. Para que exista un verdadero conocimiento científico, la realidad objetiva tiene que ser explicada a partir de ella misma, sin introducir momentos, elementos o explicaciones que no pertenezcan a tal realidad. Más que explicar la naturaleza, la Humanidad tiene la obligación de conocerla, según Hegel. La ciencia más que explicar el mundo debe comprenderlo. Esto hace que la historia del conocimiento científico sea en realidad la historia de cómo la Humanidad se ha explicado el mundo real:
- primero atribuyendo a los fenómenos causas y relaciones fantásticas.
- después a hipotetizar causas causas y relaciones reales.
- para por último conocer las relaciones que se establecen objetivamente entre los fenómenos de la realidad.
El principio por el cual la realidad ha de explicarse partiendo de ella misma es común a todas las ciencias, y es la característica que la distingue de lo que no lo es: creencias, ideología, etc. El desarrollo coherente de este principio, su aplicación sin excepción a todos los fenómenos de la realidad conduce directamente al materialismo filosófico. “Concebir materialistamente la naturaleza no es sino concebirla pura y simplemente tal y como se nos presenta, sin aditamentos extraños”, como dice Engels. “Desde el punto de vista gnoseológico... el concepto de materia sólo puede tener un significado: el de realidad objetiva que existe con independencia de la conciencia humana y que se refleja en ésta” (Lenin, Obras, volumen XIV).
Una filosofía coherentemente científica ha de ser materialista, y por tanto basarse en la necesidad de estudiar la realidad objetiva tal y como es, explicándola partiendo de ella misma. El marxismo cumple estas características, y por tanto constituye la primera concepción del mundo basada total y exclusivamente en la ciencia.
3.) El tercer aspecto fundamental del conocimiento científico es el hecho de que dicho conocimiento sea únicamente una parte de la actividad humana, solo uno de sus aspectos. Por eso el conocimiento nunca puede llegar a ser un fin en si mismo. El hombre busca conocer el mundo para poderlo modificar según sus necesidades y exigencias.
El fundamento más esencial y más próximo del pensamiento humano es la transformación de la naturaleza por el hombre. La inteligencia humana ha ido creciendo en la misma proporción en que el hombre iba aprendiendo a transformar la naturaleza. El pensamiento y la acción, el conocimiento y la praxis se condicionan mutuamente, están estrechamente ligados y son inseparables. Es una unión mediata a través del conocimiento, de la cognición.
Para que se desarrolle con existo, la praxis requiere de una buena cognición de la realidad, en la cual y sobre la cual el hombre se prepara para actuar. El conocimiento que conduce a la cognición, es premisa de la acción, mientras que la acción es el fin último del conocimiento. La actividad cognoscitiva ha de tratar de llegar a la cognición de lo real, cognición que será lo que permitirá la futura acción. La ciencia nunca tendrá por objetivo la praxis, pues su meta es la búsqueda de la verdad de las cosas, entendiendo por verdad la correspondencia de nuestras concepciones a la realidad.
Para valorar los resultados obtenidos mediante la actividad cognoscitiva (la ciencia), será siempre y únicamente la correspondencia de tale resultados a la verdad, a la realidad de hecho, y no a la mayor o menor utilidad de tales resultados.
Si conocemos la realidad, ante o después surgirán los instrumentos técnicos que nos permitirán modificarla. Entonces podemos describir esquemáticamente la relación entre ciencia y praxis de la forma siguiente:
actividad cognoscitiva →
cognición e interpretación de →
la realidad
praxis destinada a modificar tal realidad
Asimismo, entre conocimiento y acción existe otra diferencia importante desde el punto de vista metodológico. Para que la praxis tenga éxito, asimismo ha de ser una acción colectiva, coordinada entre más de un individuo, y la investigación, por el contrario, tiene un carácter individual. Se debe al hecho de que el hombre (animal eminentemente social) puede y debe coordinar su acción con la de sus semejantes, pero no puede coordinar su pensamiento con el de los demás.
Pero no debemos confundir los conceptos. La acción colectiva como el pensamiento individual son fenómenos sociales, no existen al margen de la sociedad humana por su carácter eminentemente social, y no se diferencia entre si por su finalidad o su contenido, sino por su forma de manifestarse. Como dice Marx, “El individuo es el ser social. Su esteriorización vital es así una exteriorización y afirmación de la vida social”. Incluso cuando una persona actúa por si misma actúa científicamente en una actividad que ella misma no lleva a cabo en comunidad inmediata con otros, también es social, porque actúa en cuanto persona. No solo el material de dicha actividad se le es dado como producto social, sino que su propia existencia es actividad social, porque lo que se hace se hace para la sociedad y con conciencia de ser un ente social.
De lo dicho anteriormente, se desprende que las modalidades de desarrollo de la acción no coinciden con las del pensamiento. No nos podemos dedicar a un mismo tiempo a estos dos distintos aspectos de la actividad humana. Una persona, en un momento determinado, podrá ser un hombre de ciencia o un hombre de acción, pero nunca ambas cosas al tiempo.
Si el hombre de ciencia quiere tener éxito en su investigación, nunca debe preocuparse por las consecuencias prácticas de la misma, en contra de lo que ocurre con el hombre de acción, y nunca deberán permitir que los prácticos obstaculicen su investigación ni le sustituyan en ella. Por otro lado, el hombre de ciencia nunca deberá indicar a los prácticos, a los hombres de acción, lo que deben hacer, sino únicamente lo que deberían tratar de hacer. Si no actúa de esa forma se limitará a ser un ideólogo (función practica pero que nada tiene que ver con la ciencia).
Para finalizar, citaremos a Alber Einstein que resume algo de lo anteriormente dicho:
“Con el método científico alcanzamos una comprensión conceptual de las relaciones reciprocas que existen entre los hechos. Alcanzar este conocimiento objetivo es una de las más altas cimas a que el hombre puede aspirar, y desde luego no soy uno de los que infravaloran los heroicos esfuerzos y el ardor que el espíritu humano ha puesto en este campo. Pero... es evidente que ningún camino puede llevarnos desde el conocimiento de lo que es al conocimiento de lo que debería ser” (Albert Einstein, Pensamientos).
Lectura N-3
Manuel Sacristán: “¿Qué es una concepción del mundo?”, en F.Engles: Antidüring. Grijaldo.
¿Qué es una concepción del mundo?
Una concepción del mundo es una serie de principios que dan razón de la conducta de un sujeto, aunque éste no se lo formule de forma explicita. Una buena parte de la consciencia de la vida cotidiana puede interpretarse en términos de principios o creencias muchas veces implícitas, “inconscientes” en el sujeto que obra o reacciona. Los principios o creencias inspiradores de la conducta cotidiana, están explícitos en la cultura de la sociedad en que vive. Esa cultura contiene por lo común un conjunto de afirmaciones acerca de la naturaleza del mundo físico y de la vida, así como un código de estimaciones de la conducta. La parte contemplativa o teórica de la concepción del mundo está íntimamente relacionada con la parte práctica, con el código o sistema de juicios de valor.
La existencia de una formulación explícita de la concepción del mundo en la cultura de una sociedad no permite saber cual es la concepción del mundo realmente activa en esa sociedad, pues el carácter de sobreestructura que tiene la concepción del mundo no consiste en ser un mecánico reflejo, ingenuo y directo, de la realidad social y natural vivida.
Para el estudio de las relaciones entre concepción del mundo y ciencia positiva basta con atender a los aspectos formales de ambas. Las concepciones del mundo suelen presentar (en culturas de tradición grecoromana) unas pautas muy concentradas y conscientes, en forma de creo religioso-moral o de sistema filosófico. Nacida en pugna con el credo religioso, la filosofía sistemática se vio arrebatar un campo temático tras otro por las ciencias positivas, y acabó por intentar salvar su sustantividad en un repertorio de supuestas verdades superiores a las de toda ciencia. En los casos más ambiciosos (Platón y Hegel) la filosofía sistemática presenta más o menos abiertamente la pretensión de dar de sí por razonamiento el contenido de las ciencias positivas. En este caso, la concepción del mundo quiere ser un saber, conocimiento real del mundo, con la misma positividad que el de la ciencia. Esta pretensión fracasa a mediados del siglo XIX, con la disgregación del sistema filosófico más ambicioso de la historia (el de Hegel). Son distintas las causas por las que fracasó. En el orden teoría del conocimiento, es a causa de la definitiva y consciente constitución del conocimiento científico positivo durante la Edad Moderna. Este conocimiento se caracteriza por su intersubjetividad (que todas las personas adecuadamente preparadas entienden su formulación del mismo modo) y por su capacidad de posibilitar previsiones exactas a costa de construir y manejar conceptos sumamente artificiales, máquinas mentales que no dicen nada a la imaginación. Las tesis de la vieja filosofía sistemática carecen de estos rasgos.
El que las concepciones del mundo carezcan de aquellos dos rasgos característicos del conocimiento positivo se debe a que la concepción del mundo contiene esencialmente afirmaciones sobre cuestiones no resolubles por los métodos decisorios del conocimiento positivo, que son la verificación o falsación empíricas y la argumentación analítica.
Estos rasgos nos permiten plantear la cuestión de las relaciones entre concepción del mundo y conocimiento científico-positivo. Una concepción del mundo que tome a la ciencia como único cuerpo de conocimiento real se encuentra visiblemente por delante (intentará construirse de acuerdo con la marcha y los resultados de la investigación positiva) y por detrás (como visión general de la realidad, la concepción del mundo inspira o motiva la investigación positiva misma) de la investigación positiva. Según el programa positivista, es importante darse cuenta de que cuando la ciencia se mece en la ilusión de no tener nada que ver con ninguna concepción del mundo, el científico corre el riesgo de someterse inconscientemente a la concepción del mundo vigente en su sociedad. También es importante mantener la distinción entre conocimiento positivo y concepción del mundo.
La concepción marxista del mundo
La “concepción materialista y dialéctica del mundo” está movida por la aspiración a terminar con la obnulación de la consciencia, con la presencia en la conducta humana de factores no reconocidos o idealizados. Por eso es una concepción del mundo explícita. La liberación de la consciencia presupone la liberación de la práctica, de las manos. La concepción marxista del mundo no puede considera sus elementos explícitos como un sistema de saber superior al positivo. El nuevo materialismo no es una filosofía, sino una nueva concepción del mundo, que tiene que sostenerse y actuarse no en una sustantiva ciencia de la ciencia, sino en las ciencias reales. Es una concepción de lo filosófico no como un sistema superior a la ciencia, sino como un nivel del pensamiento científico: el de la inspiración del propio investigar y de la reflexión sobre su marcha y sus resultados. No hay conocimiento “aparte”, por encima del positivo. Tampoco para el marxismo hay filosofía, sino filosofar. La concepción del mundo no puede querer más que explicar la motivación de la ciencia misma. Esta motivación puede llamarse “inmanentismo”: el principio de que la explicación de los fenómenos debe buscarse en otros fenómenos, en el mundo, y no en instancias ajenas o superiores al mundo. Este principio está en la base del hacer científico, el cual perdería todo sentido, quedaría reducido al absurdo, si en un momento dado tuviera que admitir la acción de causas no-naturales, destructoras de la red de relaciones (“leyes”) que la ciencia se esfuerza por ir descubriendo y construyendo para entender la realidad.
En este postulado de inmanentismo, se basa la concepción marxista del mundo. El otro es el principio de la dialéctica. Este se inspira no tanto en el hacer científico-positivo cuanto en las limitaciones del mismo.
La ciencia positiva realiza el principio del materialismo a través de una metodología analítico-reductiva. Su eliminación de factores irracionales en la explicación del mundo procede a través de una reducción analítica de las formaciones complejas y cualitativamente determinadas a factores menos complejos y más homogéneos cualitativamente, con tendencia a una reducción tan extrema que el aspecto cualitativo pierda toda relevancia.
El análisis reductivo practicado por la ciencia tiende incluso a obviar conceptos con contenido cualitativo, para limitarse en lo esencial al manejo de relaciones cuantitativas o al menos, materialmente vacías, formales. Éste análisis tiene regularmente éxito. Es un éxito descomponible en dos aspectos: por una parte, la reducción de fenómenos complejos a nociones más elementales, más homogéneas, y en caso ideal, desprovistas de connotaciones cualitativas, permite penetrar muy material y eficazmente en la realidad, porque posibilita el planteamiento de preguntas muy exactas. A largo plazo posibilita la formación de conceptos más adecuados, aunque sea simplemente por la destrucción de viejos conceptos inadecuados.
Precisamente porque se basan en un análisis reductivo que prescinde de la peculiaridad cualitativa de los fenómenos complejos analizados y reducidos, los conceptos de la ciencia en sentido estricto son invariablemente conceptos generales cuyo lugar está en enunciados no menos generales, “leyes” que informan acerca de clases enteras de objetos. Con ese conocimiento se pierde una parte de lo concreto, precisamente la parte decisiva para la individualización de los objetos.
Los “todos” concretos y complejos no aparecen en el universo del discurso de la ciencia positiva, aunque suministra todos los elementos de confianza para una comprensión racional de los mismos. Lo que no suministra es su totalidad, su consistencia concreta. El campo o ámbito de relevancia del pensamiento dialéctico es precisamente el de las totalidades concretas. Hegel lo ha expresado al decir que la verdad es el todo.
La concepción del mundo tiene por fuerza que dar de sí una determinada comprensión de las totalidades concretas. Pues la practica humana se enfrenta con la necesidad de tratar y entender las concreciones reales, aquello que la ciencia positiva no puede recoger. La tarea de una dialéctica materialista consiste en recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos que los materialistas del análisis reductivo, como resultado nuevo de la estructuración de éstos en la formación individual o concreta, en los “todos naturales”. El análisis marxista se propone entender la individual situación concreta sin postular más componentes de la misma que los resultantes de la abstracción y el análisis reductivo científicos. Ya puede quedar claro cual es el nivel del discurso en el que tiene realmente sentido hablar de análisis dialéctico: es al nivel de la comprensión de las concreciones o totalidades, no al del análisis reductivo de la ciencia positiva.